Hola a todos,
Hoy vengo a traeros un nuevo artículo después del artículo en el que vimos una introducción a la Inteligencia emocional, que como comentamos, es una habilidad que todos podemos aprender y mejorar trabajándola.
La base de la Inteligencia emocional son las emociones, y para comprenderlas, necesitamos trabajar en nuestra educación emocional. Disponemos de un cerebro que cuenta con una parte racional y una parte emocional, es decir, nuestro cerebro no sólo piensa, sino que también siente, y por ello, y para poder cuidar de él y de cómo nos sentimos íntegramente, es importante aprender a sentir, a escuchar y a vivir con nuestras emociones.
Pero, ¿porqué hablamos de educación emocional? Como bien sabemos, en el colegio hemos aprendido numerosos conocimientos que nos han permitido trabajar extensamente nuestro cerebro racional, pero como ya comenté en el artículo anterior, hay algo que no nos han enseñado, y es a entender cómo funciona nuestro cerebro emocional, a comprender nuestras emociones. Y será la relación con nuestras emociones lo que nos permitirá acercarnos, o no, a una vida de bienestar.
Educación emocional – Cómo funciona nuestro cerebro
Pero vamos por pasos. Uno de los pasos más importantes para empezar a comprender nuestras emociones es entender cómo se originan, y para ello, es importante que nos paremos a analizar cómo funciona nuestro cerebro. Vamos allá.
Teoría del cerebro triuno
Una manera muy interesante de comprender el funcionamiento de nuestro cerebro es basándonos en el modelo del cerebro triuno que presentó el neurocientífico Paul McLean en 1990.
Esta teoría, también conocida como teoría de los tres cerebros, nos explica de una manera simplificada cómo está estructurado nuestro cerebro desde un punto de vista evolutivo. Como digo, a pesar de ser una simplificación, ya que tras los últimos descubrimientos sabemos que el cerebro es más complejo, esta teoría es muy útil como modelo pedagógico para comprender el funcionamiento cerebral.
La teoría del cerebro triuno defiende que el cerebro ha experimentado tres grandes cambios o etapas evolutivas a lo largo de los años. Y estos cambios cerebrales han desembocado en los mamíferos superiores y, finalmente, en el ser humano.
Con ello, esta teoría nos habla de la existencia de 3 zonas neuronales distintas, cada una con una función específica y que apareció en un momento concreto de nuestra evolución, que están interconectadas y se comunican entre sí. Vamos a ver cuáles son cada una de estas partes y sus características:
Cerebro reptiliano
Este cerebro, también conocido como cerebro primitivo o cerebro de reptil, es el sistema nervioso que tienen los reptiles, y que compartimos y hemos heredado de ellos. Es el cerebro más primitivo de todos, ya que apareció hace unos 500 millones de años.
A pesar de recibir este nombre, en realidad lo tenemos en la base de nuestro cráneo, fuera de nuestro cerebro pero dentro del encéfalo.
Su principal función es la de la supervivencia, y con ello, se encarga de poner en marcha nuestras funciones más básicas y primitivas necesarias para la supervivencia inmediata, como respirar, comer, dormir, mantener la temperatura, etc… Así como de gestionar nuestros reflejos e impulsos para protegernos de posibles amenazas o asegurar nuestra supervivencia (mediante un triple sistema de reacción: Lucha, huida o parálisis).
Es precisamente porque esta región de nuestro cerebro nos protege de cualquier amenaza que pueda presentarse, que incluso en ocasiones puede dificultarnos realizar cosas que en realidad queremos, como enfrentarnos a cosas que nos dan miedo o nos molestan, o salir de nuestra zona de confort, ya que implicaría probar situaciones nuevas y desconocidas para nosotros, que no cataloga como “áreas seguras”.
Esta parte de nuestro cerebro reacciona de manera automática e inconsciente, por ello, actúa rápido y de manera instintiva, a menudo sin que nos demos cuenta.
Una vez se ha iniciado la respuesta, es muy difícil detenerla o inhibirla
Cerebro emocional / Sistema límbico
Este cerebro, también conocido como cerebro mamífero o paleomamífero, surgió hace 200 millones de años con la aparición de los primeros mamíferos sobre la faz de la tierra, y es una estructura del cerebro que compartimos con la mayoría de mamíferos. Y como ellos, esta región del cerebro es la que nos convierte en seres sociales, con la necesidad de relacionarnos con otros.
Está considerado el centro de nuestras emociones y tiene 2 funciones básicas: la de acercarnos a aquello que considera que es beneficioso para nosotros, y la de alejarnos de aquello que percibe como perjudicial para nosotros. Cabe destacar que estas conductas de acercamiento o alejamiento no las realiza en función de aquello que nos gusta, sino lo que nuestro cerebro considera como bueno para nosotros. Por tanto, y ya que disponemos de un cerebro que está programado para la supervivencia, este nos acercará a aquellas cosas que nos proporcionen seguridad antes que acercarnos a aquellas que puedan proporcionarnos felicidad (es por eso que nos gustan tan poco los cambios, aunque aquello que nos cuesta tanto dejar de hacer pueda hacernos infelices).
Al igual que el cerebro reptiliano, esta región del cerebro reacciona de manera automática e instintiva, por lo que a menudo no somos conscientes de ello.
Esta zona del cerebro está conectada con el cerebro reptiliano, y se encarga de enviar mensajes a nuestro cuerpo para actuar de una manera determinada según lo que percibamos a través de nuestros sentidos, por ejemplo, estimulando ciertas hormonas del estrés cuando percibe un peligro, para activar la reacción de lucha o huida en nuestro cuerpo (cuando por ejemplo nuestros antepasados de las cavernas veían acercarse a un tigre dispuesto a atacarles).
Dentro del sistema límbico encontramos algunos elementos fundamentales, como son:
- Hipotálamo – Dentro de sus funciones principales encontramos la regulación del hambre, la sed, la temperatura o la de la reproducción, por lo que tiene una estrecha relación con el cerebro reptiliano.
- Hipocampo – Área que juega un papel muy importante en la memoria, ya que almacena información, encargándose de registrar los hechos puros, sin ningún tipo de contenido emocional.
- Amígdala – Es el centro del control emocional. Se encarga de procesar nuestras respuestas emocionales y de almacenar información emocional de aquellas experiencias que nos marcaron.
- Tálamo – Se encarga de integrar la información sensorial recogida a través de nuestros sentidos, y posteriormente enviarla del sistema límbico al neocórtex.
Cerebro racional / Neocórtex
El cerebro racional, también conocido como córtex, neocórtex o cerebro pensante, apareció hace unos 60 millones de años, 140 millones de años más tarde que el cerebro emocional, con lo que es la zona del cerebro de aparición más reciente.
Esta estructura del cerebro podemos encontrarla en algunos mamíferos de manera poco evolucionada, así como más desarrollada en los primates y, especialmente, en el ser humano.
En esta parte de nuestro cerebro asociamos e integramos las diferentes percepciones que recibimos de otras zonas cerebrales, como la información de nuestros impulsos (cerebro reptiliano) y de nuestras emociones (cerebro emocional), que se envían al neocórtex y es ahí donde las gestionamos.
Esta estructura (debido especialmente a la corteza prefrontal) es la que nos diferencia de otras especies, permitiéndonos realizar las funciones mentales superiores y las funciones ejecutivas. Asimismo, se divide en 2 hemisferios: derecho e izquierdo.
A diferencia del cerebro reptiliano y del cerebro emocional, el cerebro racional es consciente y voluntario.
Gracias al nivel de desarrollo que los seres humanos hemos alcanzado en esta esta zona del cerebro, tenemos la capacidad de regular nuestros impulsos y emociones, debido a que la corteza prefrontal nos dota de la capacidad de no actuar todas las emociones, por lo que podemos no expresarlas o hacerlo más tarde. Esto es algo que nos diferencia del resto de los animales, que no son capaces de gestionar ni de controlar sus emociones e impulsos, y siempre los ponen de manifiesto.
¿Cómo responde nuestro cerebro a lo que vivimos?
En el ser humano, el neocórtex conforma la mayor parte de la corteza cerebral, un 85% de ella. El 15% restante lo conforman el cerebro reptiliano y el límbico o emocional, y a pesar de que estas 2 zonas neuronales ocupen una superfície mucho menor de nuestro cerebro, tienen una influencia muy grande en nuestra actividad cerebral, ya que son las primeras en evaluar los estímulos percibidos. ¿Y esto porqué sucede? Vamos a verlo con más detalle.
Como hemos visto, las emociones que sentimos nacen y se desarrollan en nuestro sistema límbico, pero la gestión de dichas emociones no se produce allí, sino que tiene lugar en el neocórtex.
Cuando percibimos un estímulo del exterior, la información recibida por nuestros sentidos (excepto del olfato) pasa por un primer filtro, enviándose al cerebro reptiliano (al SARA – Sistema Activador Reticular Ascendente). Allí se analiza si este estímulo es conocido o desconocido y puede suponer un peligro. Tras esto, si la información recibida es relevante para el cerebro, se bifurca y se envía al sistema límbico o cerebro emocional, concretamente al tálamo, a través de 2 caminos o rutas:
Camino corto. Vía rápida e instintiva
Por el camino o ruta corta, la información pasa del tálamo hacia el sistema límbico, donde la amígdala se encarga de evaluar el estímulo y analizar sus bancos de datos para determinar si es beneficioso o perjudicial para nosotros, o mejor dicho, para nuestra supervivencia (conducta de acercamiento o alejamiento).
La ruta corta se produce en 125-200 milisegundos.
En caso de que la amígdala identifique la información recibida como una situación de peligro, se produce lo que Joseph Ledoux bautizó como secuestro amigdalar. En ese momento, la amígdala roba la activación de otras áreas neuronales, apagando el neocórtex, para iniciar una respuesta de lucha, huida o parálisis.
Camino largo. Vía lenta y reflexiva
Por el camino o ruta larga, la información pasa del tálamo hacia el neocórtex, la parte más evolucionada de nuestro cerebro, donde puede ser evaluada de forma racional.
La ruta larga se produce en 500-800 milisegundos, por lo que la información percibida por los sentidos es recibida en el córtex al menos 375 milisegundos más tarde de haber sido recibida por la amígdala, razón por la que en muchas ocasiones reaccionamos de manera automática e instintiva a aquello que nos pasa (por ejemplo, cuando creemos percibir un peligro y nos asustamos para luego darnos cuenta de que no pasaba nada o cuando nos enfadamos por algo y reaccionamos instintivamente con rabia y luego pensamos que quizá no era para ponerse así).
La función de este camino, y por tanto del neocórtex, es la de controlar las respuestas de la amígdala reflexionando sobre lo que hemos percibido y modulando nuestra reacción ante ello, produciéndose así una respuesta reflexiva y consciente.
Ciclo de vida de una reacción – Ruta larga vs Ruta corta
Pero vamos a poner un ejemplo para comprender mejor cómo funcionan estos 2 caminos. Imaginemos que vamos caminando por la calle y aparece un palo oscuro a nuestro lado. Este estímulo se envía al tálamo visual y allí, se envía a través de las dos rutas.
En 125-200 milisegundos el estímulo llega a la amígdala, la cual reacciona activando la respuesta de lucha o huída de nuestro cuerpo, pues percibe algo oscuro y pequeño a nuestro lado parecido a algo que ha visto antes, y todo nuestro cuerpo empieza a segregar la hormona del estrés. En este momento aún no sabe lo que tiene delante, sólo que puede ser peligroso para nuestra supervivencia, y activa dicha respuesta de peligro en nosotros.
375 milisegundos más tarde, la información del estímulo llega a la corteza visual, y nos damos cuenta de que lo que tenemos delante no es una serpiente ni ningún peligro, sino solamente un palo en el suelo.
De repente, y a pesar de que notamos todo nuestro cuerpo en tensión, nos quedamos extrañados, ¿porqué me he puesto yo tan nerviosa por un palo? Pues porque así es como está programado nuestro cerebro. Y en este caso nuestro cerebro, y por consiguiente también nosotros, ha reaccionado de manera instintiva e inconsciente pensando que tenía una serpiente delante que podía atacarnos, hasta que finalmente nos hemos dado cuenta de que solamente se trataba de un palo (y nos hemos sentido un poco raros por reaccionar así :P)
Con esto, tenemos que pararnos a reflexionar que, a nivel evolutivo, este ha sido el comportamiento que ha llevado a cabo nuestro cerebro durante millones de años, y ha sido esta capacidad la que nos ha permitido sobrevivir hasta el día de hoy ante numerosos peligros que atentaban contra nuestra supervivencia (pensemos en lo importante que era esta respuesta del cerebro en la época del paleolítico).
El mundo y nuestra vida ha evolucionado mucho desde entonces, pero nuestro cerebro no ha podido evolucionar con la misma rapidez que nuestro entorno, de manera que es importante comprender cómo ha evolucionado a lo largo del tiempo para comprender su funcionamiento, y por tanto de dónde surge nuestro comportamiento, porqué actuamos como actuamos.
¿Cómo nos ayuda conocer nuestro cerebro y la Inteligencia emocional?
Como hemos visto, en algunas ocasiones tomamos decisiones teniendo en cuenta solamente la información emocional, inhibiendo por completo la información racional, hecho que se produce de manera totalmente inconsciente para nosotros. Se estima que el 85% de nuestras decisiones las tomamos de manera subconsciente y que solo un 15% de ellas son realmente conscientes.
La parte buena de todo esto, es que la Inteligencia emocional trabaja sobre ello, comprendiendo cómo funciona nuestro cerebro y proponiendo mecanismos para mejorar nuestras respuestas ante los acontecimientos que nos suceden en el día a día.
Uno de los puntos más importantes de la Inteligencia emocional es la autorregulación, y es la que nos permite que, ante un estímulo que percibamos del entorno, seamos capaces de inhibir algunas de las repuestas automáticas de nuestro cerebro, dando tiempo al cerebro a que realice la ruta larga, y seamos capaces de responder racionalmente en lugar de reaccionar instintivamente ante ello.
Como hemos dicho, la Inteligencia emocional es una habilidad, y por tanto, es posible aprenderla y mejorarla. ¿Y tú, quieres mejorar tu habilidad para ser capaz de responder en lugar de reaccionar a aquello que te pasa? Recuerda, sólo tienes que aprender y poner en práctica tu Inteligencia emocional.
Nos vemos en el próximo artículo!
Un saludo!
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