Neuroplasticidad: Cómo cambiar nuestras reacciones automáticas

Hola todos y bienvenidos a un nuevo artículo de Brújula hacia la felicidad 🙂

Hoy vuelvo con un artículo sobre la Inteligencia emocional, que es un tema que me apasiona, en concreto para hablaros sobre la neuroplasticidad. Vamos a indagar un poco más sobre ella.


¿Qué es la neuroplasticidad?


La neuroplasticidad o plasticidad neuronal es la capacidad que tiene nuestro cerebro para transformarse con el aprendizaje, generando y reorganizando sus conexiones con otras neuronas, así como aumentando o disminuyendo algunas de sus partes.

Nuestro cerebro tiene aproximadamente 86.000 millones de neuronas, que se comunican entre sí enviando y recibiendo señales de otras neuronas. Estas señales o conexiones neuronales se llaman sinapsis, y gracias a la neuroplasticidad hoy sabemos que estas vías de comunicación pueden regenerarse durante toda nuestra vida.


Como comentamos en el artículo de introducción a la inteligencia emocional, durante muchos años se creyó que el cerebro venía fuertemente determinado por nuestros genes y que nada de lo que pudiéramos hacer podía cambiar cómo era (por ejemplo, cómo actuamos, nuestra inteligencia o habilidades) y que las neuronas iban muriendo sin remedio con el paso de los años.

Hoy en día, y gracias a los descubrimientos que ha hecho la neurociencia en los últimos años, sabemos que esto no es así, y que cada uno de nosotros tenemos el inmenso poder de cambiar cómo actuamos, lo que pensamos y hacemos, y con ello somos capaces de cambiar físicamente la forma de nuestro cerebro, modificando sus conexiones neuronales. Y todo esto es posible gracias a la neuroplasticidad.


“Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”

Santiago Ramón y Cajal


¿Y qué implica que podamos modificar nuestro cerebro?


La actividad cerebral consume una gran parte de la energía de nuestro organismo. El cerebro, para ser más eficiente, intenta automatizar aquellos procesos que solemos realizar con mayor frecuencia (hábitos) para ahorrar energía. Esto es así porque, como como ya vimos cuando hablamos de cómo funciona nuestro cerebro, aquello que realizamos de manera consciente, en lugar de automática, pasa por nuestro neocórtex, estructura del cerebro que nos diferencia de otros animales y nos dota de mayores capacidades mentales, pero que a su vez, consume muchísima de nuestra energía.

El cerebro tenderá a hacer aquello a lo que ha sido habituado. Es decir, que cuantas más veces realicemos una acción en un contexto determinado, más fuerte grabará nuestro cerebro que así es como debe responder ante esa misma situación. La información que transita nuestro cerebro tenderá a tomar el circuito camino neuronal más consolidado por el hábito.

Por tanto, si llevamos muchos años realizando una serie de hábitos o comportándonos de una manera determinada, esa respuesta automática que se ha ido construyendo en nuestro cerebro estará muy marcada. Pero la neuroplasticidad viene a decirnos que, si nos lo proponemos, podemos actuar para ser capaces de cambiar esos automatismos que se han ido dibujando en nuestro cerebro.

La metáfora del cerebro como una montaña nevada


Pero vamos a ver esto con un ejemplo más gráfico para entenderlo mejor. El neurocientífico Álvaro Pascual-Leone nos propone esta metáfora visual para comprender mejor cómo funciona la neuroplasticidad.

Imaginemos que nuestro cerebro es como una montaña nevada en invierno, que tiene una gruesa capa de nieve en su superficie. Si miramos alrededor, veremos que hay muchos elementos en la montaña que siempre han estado allí, las laderas, las pendientes o las rocas, y que podríamos considerar como nuestros genes.

Ahora imaginemos que tenemos un trineo con el que podemos deslizarnos por la montaña. La primera vez que usemos ese trineo para deslizarnos por ella dejaremos un camino dibujado, y ese camino se dibujará de una forma u otra según las características que tenga la montaña y de cómo conduzcamos.

Al seguir deslizándonos por la montaña, iremos dibujando nuevos caminos, que se irán marcando más y más cuantas más veces nos deslicemos por la montaña.



Si continuamos deslizándonos por la montaña durante días o semanas, veremos que algunos senderos quedan cada vez más marcados y que nuestro trineo se desliza más rápido sobre ellos, dirigiéndose automáticamente hacia esa dirección. Durante meses o años, y esos senderos acaban convirtiéndose en verdaderos surcos, cada vez más grandes, de los que nos resultará muy complicado salir, ya que están tan marcados en la nieve que deberemos hacer acopio de toda nuestra fuerza para parar el descenso con nuestros pies, levantarnos cogiendo el trineo y, con gran esfuerzo, levantarlo y colocarlo en otra posición, bien lejos, que nos permita deslizarnos hacia otra dirección, que previamente habremos escogido.

A pesar de que el trineo tienda a tomar el camino más marcado automáticamente y casi sin esfuerzo, sabemos que quienes guiamos el trineo somos nosotros y podemos decidir hacia dónde queremos que se desplace. Si proponemos cambiar la dirección hacia la que se desplaza, es muy probable que varias veces se “escape” y vuelva hacia el camino más marcado, hacia ese surco, pero debemos saber que nosotros podemos pararnos, coger el trineo y cambiarlo de dirección tantas veces como queramos. Y esto es lo que nos viene a decir la neuroplasticidad, que hoy en día es una capacidad del ser humano que ha sido ampliamente reconocida por la neurociencia.

Neurociencia e inteligencia emocional van de la mano


La neuroplasticidad y la Inteligencia emocional pueden ayudarnos a cambiar estos caminos que se han marcado tan fuertemente en nuestro cerebro.

Ya hemos hablado de la neuroplasticidad, pero a su vez, la Inteligencia emocional tiene una gran influencia a la hora de ser capaces de moldear nuestro cerebro. Sabemos que podemos modificar nuestras conductas y la gestión que hacemos de nuestras emociones, siendo capaces de responder en lugar de reaccionar, pero para ello, primero debemos ser conscientes de cómo nos comportamos ante determinadas situaciones y reconocer cuáles y cómo son nuestras respuestas automáticas. Una vez seamos conscientes de esto, podemos plantearnos qué cambios queremos hacer para responder acorde a cómo nos gustaría, para así poder ser capaces de modificar nuestros circuitos neuronales.


Reconocer, observar y reeducar. Esa es la base de la neuroplasticidad y de la Inteligencia emocional, y lo que nos dota de la habilidad de pasar de lo involuntario a lo voluntario. Pasar de reaccionar a responder.


Tras todo lo comentado, queda claro que nuestro cerebro tiene una gran capacidad para adquirir nuevos hábitos, habilidades y patrones de pensamiento, y para ello, necesitamos entrenarlo para posteriormente llegar a moldearlo. La parte positiva es saber que tenemos esta capacidad y que depende de nosotros iniciar las acciones para realizar este cambio. La negativa, que el hecho de que sea posible no implica que sea fácil, especialmente, cuando llevamos varios años actuando de una determinada manera.

Pero si realmente queremos cambiar estos comportamientos o reacciones, podemos ponernos manos a la obra, definir primero qué es lo que queremos cambiar y actuar día a día para construir este cambio. No importa si en ocasiones nos desviamos del camino, ya que como dice Lao-Tse “Un viaje de mil millas comienza con un primer paso”. Por ello, lo importante es seguir caminando, seguir trabajando en realizar este cambio, y cada vez que nos desviemos, volver al camino.

Coger nuestro trineo, levantarnos con fuerza de la nieve para salir de ese camino automático y tomar una nueva posición en la montaña. Y es esto, el tener claro el camino que queremos seguir y continuar en él con perseverancia, lo que nos permitirá, poco a poco, acercarnos a aquello que queremos hacer, aquello que queremos conseguir, ese cambio que queremos lograr.


Muchas gracias por vuestro tiempo, nos vemos en un próximo artículo 🙂

Un saludo!

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